LOS ÁNGELES. Las cuatro veces que Benedict Cumberbatch vio de cerca la muerte. Los que entrevistan al actor Benedict Cumberbatchs aseguran que se muestra relajado, sin aires de divo y con una mezcla muy seductora de caballero inglés y señor accesible.
Lo suyo no es una postura sino una decisión
“Un par de coqueteos con la mortalidad me hicieron decir: ‘Realmente quiero aprovechar este breve e insignificante momento que es la vida para hacer algo’”.
Y es que, como revela el actor, han sido cuatro veces las que ha visto de cerca la muerte.
Era apenas un bebé cuando la muerte coqueteó con él por primera vez. Lo dejaron al cuidado de Tracy, su media hermana 17 años mayor.
La muchacha lo puso en el cochecito y salió al parque; en un momento sonó el teléfono y entró a la casa.
La conversación duró más de lo que esperaba y “olvidó” que su hermano estaba afuera. Era invierno y el pequeño terminó internado con un cuadro de hipotermia aguda.
La segunda vez que la muerte lo rondó fue el 26 de julio de 1994. Tenía 18 años y cursaba el último año en Harrow.
Aburrido pero responsable estudiaba en el dormitorio de su casa en Kensington. A punto de quedarse dormido de tedio sintió que el piso se estremecía por una explosión.
No había llegado a darse cuenta qué pasaba cuando las ventanas se hicieron añicos y los vidrios estallaron. Una nube de polvo lo envolvió, sus oídos zumbaron.
Asustado, desesperado, corrió hasta la habitación de sus padres.
“Me preguntaban: ‘¿Estás bien?’, ‘¿Estás bien?’. Les respondí que no, que no podía escuchar con un oído”.
Un coche bomba había estallado frente a la Embajada de Israel, hiriendo a 30 personas. La zona se llenó de sirenas y gritos, pero alrededor de Benedict todo era silencio.
Con el tiempo recuperaría la audición; pasaría mucho más tiempo para que recuperara su fe en la humanidad.
La tercera vez que la muerte quiso sacarlo a bailar fue al terminar sus estudios secundarios. Como tantos jóvenes privilegiados decidió tomarse un año sabático, pero en vez de salir a recorrer el mundo con una mochila se le ocurrió instalarse en un monasterio del Tibet.
Los monjes le enseñarían sabiduría y él les enseñaría inglés. Construyó un pizarrón y comenzó a dar clases a 12 monjes de entre ocho y 40 años.
Les explicaba los verbos, y ellos a él, que no se necesita ser aburrido para tomar en serio la profesión o la espiritualidad.
Aprendió que el humor es una parte no solo necesaria sino fundamental de la vida. Lo comprendió ese día que los monjes no paraban de reír cuando vieron a un perro montando a otro en medio del patio del monasterio.
“‘¡Señor, señor, rápido, venga, señor, señor, rápido! Estos dos perros están pegados como un pushmi-pullyu (el animal de dos cabezas en Dr. Doolittle)’.
Los monjes reían sin parar. Fue tan gracioso. Eran como: ‘¡Momento Kodak, señor, momento Kodak!’. ¡Brillante!”, recordó el actor.
Todo iba bien cuando el británico decidió salir a explorar las montañas con cuatro amigos. Con una mezcla de valentía e imprudencia partieron para la aventura sin la ropa ni los elementos adecuados.
Aun sin experiencia todo parecía marchar, pero en un momento se perdieron. Caminaron sin rumbo durante casi dos días.
Al borde de la deshidratación exprimieron los musgos que encontraron en algunas piedras para lograr un poco de agua.
A la noche durmieron en una especie de retablo de animales que olía a excremento y tuvieron sueños alucinógenos provocados por el mal de altura.
La odisea terminó cuando un sherpa los encontró, alimentó y los condujo sanos y salvos hasta el monasterio.
La última vez que Cumberbatch sintió a la muerte respirándole en la nuca ocurrió en el año 2005 cuando filmaba “Hasta los confines de la Tierra”, una serie para la BBC.
En un alto del rodaje, junto a Theo Landey y Denise Black, dos de sus compañeros de filmación, decidió conocer las playas del lugar.
Les habían dicho que eran hermosas, pero también les advirtieron que la zona era peligrosa y que mejor no andar paseando. Decidieron probar lo primero e ignorar lo segundo.
Iban por la ruta mirando el paisaje e intercambiando bromas cuando pincharon un neumático. Se bajaron lamentando su mala suerte pero sin desesperar cuando apareció otro coche.
Pensaron que alguien se acercaba a ayudar pero se equivocaban, del vehículo bajaron seis hombres enmascarados y con fusiles. No había que ser muy inteligente para darse cuenta que la situación era algo más que un asalto.
Paralizados, sin resistirse, obedecieron cuando los atacantes los obligaron a entregarles sus teléfonos y tarjetas de crédito. Durante dos horas los llevaron a distintos cajeros electrónicos para extraer dinero.
No se conformaron con eso. A los gritos, empujándolos los forzaron a apiñarse dentro del baúl del auto.
La pesadilla siguió. El auto arrancó. Cumberbatch comenzó a patear el capot y gritar pidiendo ayuda. Su desesperación crecía tanto como su miedo.
En un momento el auto se detuvo. El baúl se abrió y llegaría lo peor.
A los gritos y siempre apuntándolos con los fusiles, los conminaron a caminar. Debajo de un puente les ordenaron detenerse y arrodillarse.
Indefensos y aterrorizados, les ataron manos y pies con los cordones de sus propios zapatos además de cubrirles la cabeza con una inmunda frazada.
El británico pensó:
“Ya está, acá se termina todo”. Cerró los ojos, se estremeció y esperó el disparo que estallaría en su cabeza. Pero antes decidió actuar.
Comenzó a hablarles a sus atacantes. Les dijo que era una tontería dispararles, que matarlos solo les traería dificultades.
“Tendrás un inglés muerto en tu auto. Eso no es bueno”, y les aseguró que padecía una enfermedad en el corazón que podía provocarle un ataque en ese mismo instante.
No se sabe si fue mejor actuación de su vida pero sí la que se la salvó. Los delincuentes creyeron que lo mejor era liberarlos y escapar.
La experiencia le dejó una maravillosa enseñanza
“Decidí que quería tener una vida más sencilla. Quería nadar en el océano que vi a la mañana siguiente. Cuando piensas que vas a morir, das por hecho que no volverás a tener esas sensaciones ni vivir esas experiencias. Una cerveza fría, un cigarro, la sensación del sol quemando tu piel. Hasta cierto punto, ese fue un nuevo inicio para mí”, concluye Cumberbatch.
Después de burlar a la muerte cuatro veces, hoy el británico es de ese tipo de personas que muestra que la gente valiosa no es una especie en extinción.
Como lo describió la revista Esquiere, mientras muchas estrellas del cine piensan que lo más interesante que ocurre en el mundo son ellos mismos y pueden hablar durante horas de lo que más les gusta, su ego, Cumberbatch utiliza su fama para involucrarse en causas que valen la pena.