Cuatrocientas ochenta y ocho mesas se desplegaron en el Paseo Largo de Windsor para comer y brindar por la Reina. Quinientas cincuenta y cinco mesas se alinearon entre los pueblos de Goring y Streatley para festejar el Jubileo de Platino. Aunque la palma se la llevó al final la mesa interminable de una milla (1.609 metros), a modo de serpiente multicolor con las Union Jacks, que recorrió en doble dirección el centro Swanage, en las costas de Dorset.
Los británicos tenían ganas de fiesta y lanzaron la casa por la ventana en el 70 aniversario del reinado de Isabel II, que recibió una inesperada visita del oso Paddington a la hora del té, aderezada con los típicos sandwiches de mermelada y como preámbulo del espectacular concierto ante el palacio de Buckingham en el que el Príncipe Carlos y su hijo William compitieron en el escenario con Diana Ross y Rod Stewart.
En el gran desfile por el mall, haciendo el repaso a las siete décadas de la Reina (de Cliff Richard a Ed Sheran), un holograma de la Isabell II cubrió su ausencia, a bordo de la famosa carroza bañada en oro. Un tropel de “corgis” y una fila interminable de coches de época refrescaron la memoria de los espectadores en el “show” que confirmó la condición icónica de la monarquía. Se estima que más de 12 millones de británicos se sumaron a las más de 85.000 comidas, más 16.000 fiestas callejeras, tres mil balizas nocturnas y un sinfín de homenajes en honor a Isabel II, que se desdobló como nunca antes en sus herederos.
Carlos y Camila volvieron a representar a la Reina el domingo, en el gran almuerzo del estadio de crícket Oval, donde partieron el gran Pastel del Jubileo. El heredero de 73 años y la futura “reina consorte” han tomado estos días el relevo con total naturalidad, la misma con la que los británicos han asumido su nuevo papel estelar.
“¡Larga vida a la co-monarquía!”, pareció ser la consigna no escrita de los cuatro días de festejos que arrancaron con la presencia de la Reina en el balcón de Buckingham, seguida de su sonada ausencia en la ceremonia de Acción de Gracias en la catedral de St. Paul, donde el Príncipe Carlos volvió a representar oficialmente a su madre, como ya lo hiciera en la apertura del Parlamento.
“Su Majestad, mami…”, Carlos conectó emocionalmente con sus compatriotas como nunca antes. Con lágrimas en los ojos, con la futura “reina consorte” a su lado, el heredero de la Corona rindió un tributo personalísimo a su madre en el acto final del concierto en Buckingham: “Tú reíste y lloraste con nosotros y, lo más importante de todo, estuviste siempre ahí para nosotros durante 70 años. Prometiste servir toda tu vida y sigues cumpliendo. Por eso estamos aquí”.
En un gesto espontáneo, Carlos invitó a los más de 22 mil espectadores a dar un “thank you” espontáneo y colectivo a la Reina: “Y aunque mi madre no esté con nosotros, nos está viendo en el castillo de Windsor, que está apenas a veinte millas. Así que si gritamos lo suficiente, seguramente nos oye”.
Isabel II, en un vídeo pregrabado que tuvo el mismo efecto sorpresa que la legendaria visita de James Bond durante los Juegos Olímpicos del 2012, abrió en la distancia el concierto con la ayuda del educadísimo y desmañado Paddington, con el que acabó marcando el ritmo de “We will rock you” con las cucharillas y las tazas (como anticipo de la resurrección de Brian May y los Queen).
En el concierto tomó también la alternativa el Príncipe William, recogiendo el testigo ambiental de su padre y confirmando el traspaso natural de poderes entre los herederos: “Mi abuela ha vivido durante casi un siglo y ha visto innovaciones inimaginables en la ciencia y en la tecnología. Y sin embargo es más urgente que nunca proteger nuestro planeta. Como la Reina, soy optimista y me da esperanza ver los problemas ambientales en lo más alto de la agenda global, con más y más empresas y políticos respondiendo a la llamada. Y con el impulso de una asombrosa y una unida generación de gente joven en todo el mundo”.
El Jubileo de Platino ha reafirmado el ascenso de la impecable Kate y la irrupción en escena de Louis, el hijo díscolo de cuatro años, que acaparó el protagonismo en la apertura con su gestos, sus caras y su “gritos” al paso de los “flechas rojas” por el cielo (en contraste con los formalitos George y Charlotte).
Los aplausos a Harry y Meghan a su llegada a la catedral de St. Paul hacen pensar que la reconciliación es posible, aunque llevará un tiempo. Relegados a segunda fila, los Sussex tuvieron al menos ocasión de pasar un buen rato con la Reina y presentarle de paso a su bisnieta y tocaya Lilibet, que acaba de cumplir un año.
La familia real se ha esforzado en proyectar una imagen de estabilidad y relativa unidad pese a las turbulencias de estos dos últimos años (la ausencia de el Príncipe Andrés en todos los actos por haber dado positivo en el test del Covid contribuyó también a evitar las fricciones). Y los británicos han respondido con celebraciones de todos los colores, incluidos los festejos de St. Marks Road en Bristol, los más multiétnicos de todo el país.
Las tortillas de patatas se dieron la mano con las samosas indias, las focaccie italianas y los sandwiches de huevo en la fiesta callejera en unas antiguas caballerizas de Londres, auspiciada entre otros por el catalán Marc Guitart y con el plato fuerte del mural pintado por su hijo de 15 años, Pau Guitart, que simboliza la integración en el “melting pot” de la sociedad británica: “Lexham Mews, donde todos cabemos”.